Una mamá primeriza se quejaba de los malestares que sentía en el primer
trimestre del embarazo.
Pero lo que más le extrañaba era que la mayoría de amigas y parientes consultadas sobre esos primeros meses de la gestación, coincidían en las felicitaciones y la alegría, pero no reportaban haber sufrido mayores achaques. Salvo los casos que habían pasado por situaciones extremas que habían dejado un recuerdo imborrable, la mayoría no reportaba ni los famosos mareos, ni las nauseas, ni acidez estomacal, nada, ninguna parecía haber sufrido mayores malestares, todo era pura felicidad.
Desde que nos enteramos que estamos embarazadas, comienza un recorrido de sensaciones, sentimientos, dudas y temores, que vamos comprendiendo, calmando o encontrando la respuesta en las consultas con los obstetras, las conversaciones con las amigas, o el interrogatorio a la propia madre, hermanas o primas, sobre todo si somos primerizas. Muchas anécdotas hermosas, momentos graciosos y alguna que otra situación desesperada encontraremos en el catálogo de experiencias que vamos escuchando, memorizando o desechando.
No faltarán los libros, manuales, tesis y teorías, foros en internet, páginas web, grupos de Facebook o tuits de madres emprendedoras, que seguiremos y consultaremos. Y por supuesto que las más obsesivas (entre las que me incluyo) nos inscribiremos no en un taller, sino hasta dos o tres, cursos de formación prenatal, lactancia, parto humanizado, y un larguísimo etcétera. Lo cierto es que estamos sumergidas (por no decir ahogadas) en una avalancha de información sobre el gran momento que vivimos, el embarazo, y el gran momento final, la llegada del bebé.
Ciertamente no es cliché decir que la información es poder. Estar informadas sobre el proceso que estamos viviendo, los cambios que vive nuestro cuerpo, es la mejor manera de adueñarnos, empoderarnos dirían los sociólogos, del embarazo y del posterior alumbramiento, frente a una institucionalidad médica que nos arrebatado casi todas las decisiones, por pequeñas que estas sean. Pero ¿cuánta información realmente necesitamos? ¿O más bien deberíamos activar más nuestra propia feminidad y conectarnos más con lo sentimos e intuimos?
Hablaré de mi misma: después de salir de la cesárea y reclamar insistentemente porque me entregaran al bebé, porque además de las obvias ganas que todas tenemos de acunarlos en los brazos, tenía en mi cabeza una enorme cantidad de información sobre el apego precoz, la importancia de amamantar, el vínculo mamá-bebé, y otro larguísimo etcétera. Lo cierto es que en lo que finalmente lo cargué, un pequeño ataque de pánico recorrió todo mi cuerpo. Ese pequeño ser dependía desde ese momento y por varios años absolutamente de mí y ¿por qué nadie me había dicho nada del pánico? ¿Será que no lo sintieron? ¿Seré solo yo la que está pasando por esto? O ¿es que toda esa descarga de oxitocina no sólo nos prepara para el parto y estimula la subida de la leche, sino que además nos llena de tanto amor y ternura que también nos borra la memoria y olvidamos los momentos difíciles?
Me inclino por la última opción. Y es que por mucho que podemos leer, por mucho que se ha escrito, y se seguirá escribiendo sobre el embarazo, por mucha información científica que seguirá ahondando en el tema y aportando nuevos y más datos de interés, el embarazo al ser un ciclo tan particular de la vida de una mujer exige que nos reconectemos precisamente en el sentido más primario, en lo básico, con los instintos, con lo que sentimos. Sale a flote nuestra condición de mamíferas, que gestan, que paren, que amamantan. Entonces, sí leamos, pero también sintamos, y cuando el bebé llegue a nuestros brazos, confiemos en nosotras mismas, lo que nos diga el corazón y la intuición, que no habrá ciencia médica ni consejo profesional que supere ese sentir.
Por: Thady Carabaño
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